El Surrealismo del amor


Al deseo con A, escribir deseo con A, por instaurar un capricho surrealista, por ser la primera alfabética, por el triángulo implícito, por su vértice de sesenta grados, porque sus inclinaciones convergen, porque es un ideograma dirigido, flecha con agenda, por puro ascetismo. Por armar un argumento arrebatado. Alterar el orden de las cosas era primordial para los Surrealistas, y el punto de partida debía ser la seducción del lenguaje. La dimensión dominante que adquiriría la palabra sería absolutamente sexual. Nunca antes el potencial erótico en el texto habría sido tan valorado. El movimiento surrealista nació literario, al conjuro y conjugación del verbo convulsionar. Del temblor y su agitación violenta el claroscuro del deseo no sólo habría de erigirse como incansable motor, e irresoluble, sino también como timón y motín del grupo. A se abrió las piernas y dio inicio a una configuración simbólica al mandato exclusivo de la convulsión. La primera ejecución sexual desde la letra aurora.La exposición Surrealism: Desire Unbound, presentado durante la Primavera en el Met, reveló la evidencia alfabética como fundamento mayor del movimiento al momento en que Breton escribiera el Manifiesto Surrealista de 1924. Opuesto a la lógica característica de la mentalidad burguesa que venía arrastrando inútilmente sus complejos, los surrealistas buscaban liberar a la sexualidad de ataduras preconcebidas, dar voz al yo interno para comprender la naturaleza humana a partir de su manifestación más espontánea. Su antecedente es el movimiento Dadá de 1915, anárquico, en contra de la razón y a favor de la acción impulsiva y violenta. Entre los surrealistas el “comportamiento lírico”, como lo llamaba Breton, va a redimir del absurdo al lenguaje cuando su formulación y convicción irracional permitan que la tierra pueda ser “azul como una naranja” (Eluard) o que a la esperanza no se le pueda deletrear entera, a sugerencia de Breton en Nadja. Varios pintores y fotógrafos también jugaron con las letras: Picasso, Dalí --sobre todo--, Frida Kahlo, Remedios Varo, Dora Maar, escribieron. El show del Met meticulosamente lo demostró. Desde luego que están los Magrittes: Los amantes (1928), La violación (1934), La evidencia eterna (1948); los Dalís: La metamorfosis de Narciso (1937), y como narciso Frida: Autorretrato con pelo cortado (1940); la complicidad en el amor y el mal gusto de Leonora Carrington y su amante Max Ernst; la Monalisa con bigote, los objetos de Duchamp y su alter ego, Rrose Sélavy a quien Man Ray fotografió. Pero lo valioso estaba en papel, dentro de las vitrinas, exigiendo gajos individuales de al menos media hora azul por pieza para disectarse, memorizarse y desmoralizarse --en el sentido más óptimo de perversión redentora que permite el término.
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